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SINTOMAS
jaime cerón

Algún profesor universitario contó una vez a sus alumnos que un famoso artista moderno afirmaba algo así como que las épocas marcadas por hechos violentos y crisis sociopolíticas producían un arte abstraído de los signos mas evidentes de su problemática.   Por el contrario aquellas épocas y sociedades marcadas experiencias pacíficas, generaban un tipo de arte claramente representacional. (Tal vez  adaptado convenientemente este recuerdo borroso a mis intereses actuales).

Si miramos un poco de reojo el arte colombiano actual, encontramos que las imágenes más interesantes y complejas que se están produciendo, tienen una relación sofisticada y sutil con los hechos traumáticos que conforman nuestro presente.  Las vivencias que nos rodean y que identificamos como críticas, solamente hacen su aparición dentro de estas obras de manera más o menos indirecta, señalando otros frentes de influencia de los mismos conflictos.  Sin embargo resulta inquietante el interés de muchos de ellos por generar en sus obras efectos documentales.

Desde la década del sesenta hemos visto aparecer piezas que intentan configurar su apariencia a través de la traslación de rasgos directos de un acontecimiento dado al medio escogido.  Beatriz González por ejemplo, ÒaprendióÓ los principios de lenguaje característicos de su pintura de la deficiente impresión, idiosincráticamente referencial,  de los periódicos locales, descubriendo una veta que muchos artistas posteriores intentarían explorar.  De esta forma dos posturas aparentemente opuestas comenzaban a confluir.  La posibilidad de desplazar los aspectos que conforman cualquier tipo de conflicto hacía una imagen tropologizada de sí mismo a través de la transformación de rasgos concretos o materiales intrínsecos a su acontecimiento.  Este enlace produce como resultado una imagen, es decir una proyección al espacio de la mente que se convierte en el camino más eficaz de acceso a la conciencia. 

La obra de Doris Salcedo es el ejemplo más complejo y sofisticado de esta posición.  En su caso,  el conflicto global del cual se extraen los referentes específicos de cada obra es la violencia producida por el terrorismo de estado.  Sin embargo ella no asume una posición convencional ante estos hechos, lo que conlleva que ella no traslade a su trabajo el drama sentimental tras el cual todos escudamos nuestra indiferencia ante este tipo de situaciones. Por el contrario, su tarea consiste en analizar las huellas que han dejado estos acontecimientos, a fin de encontrar algún trazo que permita traspasar las convenciones que nos impiden comprenderlos.  Por eso ella insiste en que su obra no analiza realmente el fenómeno de la muerte como tal, más bien aborda los efectos que esta produce sobre los seres queridos de sus víctimas.  El duelo es entonces la experiencia que ella investiga a fin de contrarrestar el olvido con el que rápidamente envolvemos los hechos que por más traumáticos que nos puedan parecer, siempre van a ser vistos como exteriores a nosotros, como si no estructuraran nuestra comunidad. 

La postura más generalizada de muchos artistas frente a la violencia, ha consistido en registrar miméticamente la naturaleza de los actos que la conforman.  Por esto se ha utilizado tan masivamente la reportería gráfica de la crónica roja como su fuente.  Con muy pocas excepciones, estos artistas no comprometen otra forma de lógica en estas acciones lo que los lleva simplemente a trasladar pasivamente la apariencia de los hechos violentos al contexto artístico. Si pensamos con serenidad, no es gratuito que un sujeto torture y destroce el cuerpo de otro y lo deje expuesto a la mirada en lugares por donde van a transitar otras personas.  Su finalidad es generar una percepción mitificada del acto violento haciendo que la violencia se perciba como un hecho inevitable y absoluto, sin origen, ni tiempo, ni identidad, atemorizando irremediablemente a todos aquellos que pudieran llegar a actuar de forma similar a la víctima.  Un reportero gráfico lo único que hace es ampliar el radio de esta acción extendiendo estos efectos a mayor escala.  Por esto podría verse en un momento determinado como el cómplice perfecto de este tipo de crímenes. Un artista que repita este acto solo contribuirá a abstraer aun más la situación, con la gravedad de que la incluye torpemente dentro de la historia aunque en un registro diferente.  Por esto es importante recordar que la violencia no es el único conflicto humano, y por tanto el arte puede enfrentarse eficazmente al presente dentro de otros escenarios.

Por estos motivos es tan necesario que el arte en épocas de crisis se centre en la posibilidad de señalar caminos alternativos, como suele dice Doris Salcedo, porque necesitamos conquistar vías de comunicación que no estén desgastadas por el alto nivel de convencionalidad al que nos someten la masificación y estandarización de las circulación masificada de la información en nuestro mundo globalizado. 

El arte es un instrumento privilegiado para redefinir y reordenar la estructura de aquello que llamamos real.  Sus principios y naturaleza permiten de hecho que podamos dudar de la realidad de ese real, e imaginar que es posible la existencia humana dentro de otros sistemas de valores y otras formas de enlace social.