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RESPECTO AL TERROR COMO RECURSO ADECUADO EN TANTO QUE OPCION ESCAPISTA.  INSINUACIONES.

N.B. : Antes que cualquier cosa el tono; será preciso aclarar cómo respecto a éste se desenvuelve el escrito, bajo cual este último se afina. Mas que profundidad la dominante será ligereza, la libre - y arbitraria - asociación de ideas , sucesos, hechos, citas (guiños), etc. , así como el basto cotejo de acontecimientos, darán buena cuenta de tal vacua celeridad. Libres asociaciones, bastos cotejos, etc., resultaran viables en tanto se parta de la premisa predicha: ligereza; y más allá de ella , de su consecuente condición posibilitadora: la opinión común o, en términos más 'sofisticados', "comprensión de término medio". Ya con esto hemos logrado allanar un respetable trecho de terreno. Ya la intención manifiesta tras (behind of) el tono alcanza brillo. Así, un escrito hecho en tono de índole ligera cobra su justa contextura considerando el medio (o atmósfera) en que será emitido, en este caso el nuestro. Tan habitual nos resulta el toparnos, e incluso vernos envueltos, con los más variados juicios y aseveraciones de tales características (respecto, también, a los más variados campos ) fundamentalmente sustentados en conceptos u opiniones del tipo "comprensión de término medio", que la demanda de hondura y precisión (así como de rigor ) no puede sino resultarnos menos que necia importuna. Indicadas las peculiares condiciones, o al menos las más notables, en que el texto (su dominio y su pretensión) se enmarca, así nosotros (la índole) y el -nuestro- contexto (la circunstancia), la aclaración del tono previa y a este punto ya efectuada halla cabal justificación. El estilo (tanto de lectura como de escritura) que exige un texto de tamañas medianas proporciones será tan manido como aquel rutinariamente empleado en el de mera divulgación o, "mejor" aún, como el netamente informativo, tomando un poco de acá y mezclándolo con -el- otro poco de acullá, etc., a la manera del de una revista o magazine (yendo de la trivialidad de una Cosmopolitan hasta la pretendida sesudez de un artículo en Playboy) o quizá el del periódico (de El Caleño a cualquier otro) o acaso el del noticioso, etc. Ah!, y no hay que olvidar hacer énfasis en el lugar común, aliado inseparable de la tonalidad ligera, como instancia recurrente a la que reiteradamente se apelará, y que dadas las circunstancias no es despreciable acatar. Ya a estas alturas, y en vistas del cierre a la nota admonitoria, no sobra declarar que cabe la posibilidad para una mirada perspicaz (no tanto formada sino informada) de guindar por los contornos en todo esto (en el texto) un gran pastiche, y probablemente tal vez no sea sino sólo eso. El caso es que la (s) advertencia (s), aclaración (es), ya está (n) hecha (s).

  Se acababa en realidad de descubrir (intuición viva, aquí allí, en la obra de Nietzsche) que había pasado la era creadora de nuestra cultura al paso que se le fue la juventud, que ya habían empezado su vejez y ocaso; y por esta comprensión experimentada de súbito por todos y expresada sin lima por muchos, se explican tantos y tan angustiosos signos de la época: la árida  mecanización de la vida, la grave decadencia de la moral, el descreimiento de los pueblos, la inautenticidad del arte. Como en la maravillosa leyenda china, había  resonado la "música del ocaso", que vibró bajo decenios cual bajo de un órgano amenazador, corrió como reguero de corrupción por  escuelas, revistas y academias, fluyó como manía melancólica y epidemia de la sensibilidad entre los artistas y críticos de la época que hoy pueden ser tomados en serio e hizo estragos en las artes bajo la forma de un furibundo exceso de producción por parte de los simples aficionados .

Hermann Hesse.
(Ensayo de introducción a El juego de los abalorios)

 

RESPECTO AL TERROR COMO RECURSO ADECUADO EN TANTO QUE OPCIÓN ESCAPISTA. INSINUACIONES. 

Una temática tan peculiar como la propuesta lejos de parecer sugestiva (que de hecho lo es) resulta endémica. Los dos términos en cuestión (Terror, Escape) no pueden ser más claro respecto a lo que atañen (1), aunque en el fondo persistan ambiguos. La endemia referida abarca en sí misma, y en su definición como tal, ambos aspectos de claridad y ambigüedad, en tanto participa (in activo) como referente, punto de partida y arribo, dentro del juego establecido entre los términos predichos. Es por ello que ante términos tales, y teniendo en cuenta aquello endémico característico, lo primero que acude a la mente es la violencia, la guerra, el caos, la confusión, etc., y el consecuente miedo o pavor ante ello. Una cierta patología cara a nuestra situación y condición actual nos resulta familiar. Por todas partes y a través de diversos medios se nos manifiesta, nos permea y resulta difícil dejar de advertirlo. Violencia, guerra, etc., asuntos cotidianos que a diferentes niveles son experimentados, si bien la mayoría de las veces lo sean en el nivel más bajo: experimentación pobre, mediana. Podemos dar por hecho, por ejemplo, que en el escenario actual la violencia no es un contenido patente pese a que la manera de acceder a su concurso y representárnosla no sea la más conveniente ni adecuada, tampoco la manera en que nos llega lo es, he ahí un reflejo se ese escaso nivel de experimentación que lastimosamente -por suerte para muchos de nosotros- padecemos. Ese nivel de escasez infunde su pernicioso espectro sobre los ámbitos más diversos y es así como frente a la realidad (con todas sus implicaciones endémicas y ambiguas, etc.) nos hallemos en absoluto desamparo, incapaces de hacerle frente representándonosla. La gran mayoría de nosotros asistimos al espectáculo y "puesta en obra" (a modo de performance) de la realidad que los masivos Media distribuye, así la "verdadera" realidad, mas tamizada que verdadera, logra llegarnos con cierta distancia alentadora, eso en el mejor (dentro de lo peor) de los casos, por ahí puede entreverarse nuestra situación de desamparo. De la dorada medianía (aurea mediocritas) propugnada y afectuosamente aconsejada por Horacio nos queda, obviamente sin la manifiesta hondura ética reservada a ésta por el poeta latino, tan sólo la mediocritas (de lo áureo nada), la medianía sin más, a secas, que nos define, a la que nos acostumbramos.

Hablábamos de la "realidad", de cierta manera de acceder a ella, asimismo de la violencia, de lo mediocritas..., y un ingrediente que se puede sumar a todo ello (en tanto hace parte de la realidad nuestra, y junto a la violencia conforma un eficaz tándem adscrito, necesariamente, a la primera), bajo los parámetros antes descritos, es la guerra. Guerra que aparentemente (2) no es manifiesta y por lo mismo se asume como latente (ya que nos llega con distancia), guerra más tibia que fría, que tras esa aparente calma chicha oculta una faz aterradora. Antiguamente lo realmente aterrador del combate era el enfrentarse, cara a cara, cuerpo a cuerpo, con un otro igual a mí y en las mismas condiciones, con el mismo ímpetu y con el mismo temor (casi como el que implica confrontarse a sí mismo). Para no ir más lejos Aquiles ("la bestia" como lo llamara Casandra), el Héroe -griego- por antonomasia, al momento preciso de dar muerte a su adversario (un otro él, un hombre) debía experimentar el postrer desvanecimiento de éste con toda su crudeza, el desgarrarse de la vida en el desesperado grito último, contemplar desnuda a la muerte en todo su trágico esplendor, verse a sí mismo en el otro justo al momento final e inevitable: presenciar desde el golpe de la espada, la maza, etc., y su entrada al otro cuerpo, hasta la caída del mismo ya solo (sin psiqué). Dentro de la gran danza macabra que implicaba el enfrentarse al otro existía la plena conciencia de la existencia de ese otro, de su condición de humano (igual a mí que lo enfrento), de su dolor, contingencia y valor; esta conciencia de la humanidad de ese otro hacía de la batalla algo mucho más duro y pertinaz, además de, por lo mismo, mucho más humana. Haciendo un salto indiscriminado y arbitrario de varios siglos y ubicándonos ya en la Gran Guerra (Primera Guerra mundial, 1914-18), en la guerra de trincheras, Ernst Jünger opta por una postura "pro-belicista" (o "anarquista" como decía que se le considerara) casi que planteada en términos análogos (contienda frente a frente) a los anteriores, propendiendo por cierta Hidalguía en el combate, además de la profunda camaradería establecida entre los soldados de un mismo frente, todos unidos espiritualmente -en su sentimiento de hidalguía- como constituyendo un gran corpus cuasi heroico. Tomando como referente los dos ejemplos anteriores se puede deducir cómo, incluso para alguien como Jünger, el uso de la bomba atómica (en el 45), la potencial guerra química en ciernes (con resultados efectivos, en el uso sistemático de Napalm, etc., en Vietnam), etc., resultan aterradores y "anti humanos", en tanto ya la mística bélica de enfrentar al otro, etc., se pierde, dando paso al exterminio programado y a distancia, a la deshumanización total y absoluta de la guerra. Ya con lo precedente en vistas y pensando en  nuestra aparentemente sosegada guerra (o "conflicto"), que a nosotros llega absolutamente mediatizada, tamizada, no queda sino pensar en una deshumanización total en nuestra relación (siempre intervenida, a distancia) con ella. El "cara a cara, cuerpo a cuerpo" griego, la hidalguía en el combate de Jünger, muestran el "a (prudente) distancia" nuestro como un sin sentido, donde asistimos al espectáculo asumiendo la postura de quien observa desde un punto de vista ajeno, sobreseguro, sin involucrarnos en lo absoluto; así establecidas las cosa, las reglas del juego, vale la pena preguntar si tal tipo de representación de la realidad (¿cuál?) en el que nos desenvolvemos es el más conveniente y oportuno.

De las pocas erradas o sosas manifestaciones (representaciones) últimas del cuadro sintomatológico actual en nuestro medio; la supuesta necesidad de "paz" (3) como algo concertado, etc., una de las más patéticas (que infunde tristeza por lo poco imaginativa), mas no patológicas, fue (¿aun será?) la de la graciosa cintilla cruzada cual virginal moño y teñida del no poco ambiguo (¿de lozano, juvenil?, ¿de galante, licencioso?) color verde que pretendidamente simbolizaba, cual icono difuso (y que logró amplia difusión), nuestra buena voluntad y demás. En buses, paraderos, tiendas, boticas, etc., el nuevo icono-souvenir podía conseguirse y de paso ayudaba a desembarazar y alivianar un poco la conciencia, a tener la plácida sensación del buen boy scout que cumplió (deber suyo) su buena acción del día; también se izaba en centros comerciales, en autos (y en las antenas de éstos), enarbolábase en T.V.,etc., y ayudaba a refrendar el gran peso "simbólico" de la cintilla dos monosilábicas palabras, cuasi oraculares, cuasi crípticas: NO MÁS!, y fue bueno mientras duró...(¡!). Una cintilla parecida, pero de color diferente, más venal, más sanguíneo: rojo, llevaba en circulación (en el mundo) una parcela de tiempo mucho más considerable que la de la tenue y vil copia cetrino-oscura nuestra y por lo tanto frente al débil remedo resultaba original. Una cinta cruzada de estas germinales carmesí van bien en un militante gay newyorkino o en un acérrimo defensor de los portadores (seropositivo) del VIH, incluso en el pecho de Sharon Stone quien apoya a una fundación de ayuda a seropositivos; pero de color verde, siendo plagio, y apoyando (representando) una "causa" ya perdida por principio es inaceptable; todas aquellas premisas que justifican la apropiación y copia (imitación) como genuinas prácticas tienen poco o nada que ver aquí.

Nuestro medio, nombrémoslo con la espinosa denominación cultura, aunque no lo sea (y no la pensemos así) del tipo europeo de Kultur, o Haute Culture (no Haute Couture), por oposición a unKultur, como ideal proyecto posible de una nación sea ésta, por ejemplo, la "gran nación europea", etc..., así nuestra "cultura" ha sido capaz de elaborarse figuras (iconos) características representativas de su más genuino talante, reflexión auténtica de su índole más íntima. Dos ejemplos de tal muestra idiosincrática, como legítimo y apto producto de nuestra cultura nos vienen a mientes, eso sí con la debida distancia histórica que permite una mirada mas bien despojada, acaso "objetiva". Por un lado se nos aparece una figura de dimensiones casi míticas, con visos casi que heroicos, como quizá el paradigma del héroe posible en nuestra cultura, como uno de los más representativos y elaborados productos exponentes de ella. Registrado indeleblemente en el background y acervo cultural colectivo, aunque siendo rigurosos no alcance a lograr dimensiones épicas, si bien esto en nada demerita sus incipientes destellos heroicos. Dentro de las tipologías posibles de héroe establecidas en el esquemático análisis propuesto por Lewis R. Farnell (4) el nuestro ocupa la última y más baja escala, aunque no por ello se demerite categóricamente, en la clasificación: la séptima (5), la de aquellos hombres reales (que, efectivamente, vivieron) que fueron hechos héroes a su muerte y se les rindió un culto menor ya en época completamente histórica; es decir, héroes temporales, circunstanciales y pasajeros, para nada intempestivos (por ello no perennes), que esencialmente -por su contingencia- carecen de importancia. Nuestro héroe producto - más - elevado - genuino - de -  nuestra - cultura, halla la justificación de su carácter y puesto posibles, como tal, bajo lineamientos como los propuestos. Pese a su bajo perfil como aspirante a una épica posible, guarda para sí (y en el recuerdo nos brinda) su condición heroica como aval suficiente y esforzadamente granjeado, como digno representante -por su investidura- de nuestra cultura. Si usualmente bajo el concierto de la opinión común  se considera la así autodenominada "malicia indígena" (o "malicia" a secas, o acompañada de cualquier otro mote) como uno de los caracteres definitorios claves, o más destacables, de nuestra cultura, el caso del héroe en cuestión resulta no menos que apropiado. Antes de proseguir cabe señalar otros de los caracteres caros, y comúnmente atribuidos, a nosotros, como la tendencia innata a (y especial facilidad, e inclinación, para) la violencia, el ardoroso fragor de las pasiones, etc. Volviendo a lo nuestro, al héroe-caso en cuestión, éste en sí encierra la tal "malicia indígena" potenciada a más de su enésima expresión, sistematizada (implementada) y asumida con sofisticada precisión. Su aura heroica quizá halle plena justificación en lo que su figura representa, el summum de las aspiraciones y anhelos de nuestro ciudadano promedio: éxito, fasto, poder ilimitado, inmunidad total, ascenso social vertiginoso y eficaz, etc. Su incursión en lo "mitológico" (más en el sentido de Barthes que en el heleno), quizá no adeude poco de la determinación arriba antedicha. El caso en cuestión, del que nos hemos venido ocupando, al que casi insistentemente hemos aludido, posee un nombre propio: Pablo Escobar Gaviria o, moteado con, "El Patrón". No deja de sorprender la gran contundencia y repercusiones que esta figura permite elaborar, así la actitud asumida por los superagentes (superdetectives) del DAS (6) respecto a ésta nos deja pasmados, boquiabiertos. Siguiendo los parámetros clásicos establecidos y bajo los que se rige cualquier museo de cera (nuestro énfasis, y simpatía, se inclina más hacia los de barraca de feria): muestras de atrocidades,  de abominaciones, de lo absolutamente sórdido y marginal, en Bogotá se le erige uno, con una sala especialmente dedicada, a nuestro héroe (también suyo): el Museo del DAS . Una especie de emblemática figuración -elaboración- plástica de los momentos clave en el devenir heroico de nuestro personaje, desde el dorado (con áureas incrustaciones) auto ex-propiedad de Lady Di, hasta la teja empañada de sangre, y expuesta -en cámara ardiente- en una urna de cristal, donde por última vez (tras el espectacular operativo, mediático, de caza digno de uno de los más agresivos Wildest Police Home Videos) cayó su preciada testa, pasando por un autómata o monigote suyo (fiel representación en cera) mecánicamente activado, etc. Ante una representación tan lograda (sea esta Kitsch, Camp o, simplemente, neutra) por parte de nuestros superagentes de celera imaginación y respecto a una figura de tal contextura, cabe preguntarse acerca de la acertada validez de su gesto, quizá un ejemplo que pueda ser perseguido, continuado. Eso sí que es una opción de representación, guardando ciertas distancias, realmente coherente. Por otro lado, y en otro caso extremo, nuestra cultura no deja de depararnos amargas sorpresas, y así como es capaz de generar tipos de "héroe" amparados bajo cierta mitología común (y corriente), lo es de producir Serial Killers de talla internacional como Luis Alfredo Garavito, cuyo singular modus operandi podría constituir la trama espléndida de una truculenta y escatológica gore movie de ínfimo presupuesto. ¿Qué tipo de cultura es capaz de generar tal abominación?, y nosotros que pensábamos que eso de los serial killers era asunto de culturas "tan enfermas y depravadas" como la norteamericana, resarciéndonos de ello en ese sutil pensamiento. Dentro del modus operandi del señor (auténtico anti héroe) en cuestión los motivos recurrentes no podían ser más bastos: pitas o cabuya resistente, una botella del más barato licor aguardientoso y la tapa siempre abandonada en la escena -matorral (7) - del crimen (inmolación), un funesto listado (de los niños-víctima) llevado juiciosa y matemáticamente en una raída y amarillenta libreta, la indefensa condición de sus aciagas víctimas, etc., todo ello, mal que bien, sistemáticamente dispuesto. A mediados del siglo XIX por las húmedas y oscuras callejas londinenses deambulaba un terror similar: Jack the Ripper, eso sí todo un clásico. Contrario al destripador (vernáculo y brutal carnicero) nuestro éste en su accionar era más meticuloso, un consumado taxidermista (como el Höller de Bernhard) que en su esmerado y cuidadoso oficio demostraba, a su manera, cierta deferncia hacia sus víctimas: siempre adultas, nunca niños. Una figura como el muy inglés (producto también de una sociedad-carroña en franca decadencia) Jack genera reacción representativa, por ello no es raro verlo aparecer en vieneses dramas impresionistas, o antes como el Moosbruger musiliano, como quien acaba con la desamparada heroína (la Lulú, "espíritu de la tierra", "caja de pandora", de Wedekind), o como preclaro germen de la escocesa "Dr. Jekyll and  Mr. Hyde", etc.  De Garavito, guardando las proporciones con el inglés, aun queda la deuda de una representación, si es que alguna se puede elaborar, no obstante lo único claro es que constituye un síntoma (indicio) doloroso de algo que no anda del todo bien y que deja mucho que desear, y da que pensar, de la cultura o sociedad que lo posibilita y genera.

Y, pasando a otro tema, ahora ocupémonos del Gótico como lugar común. Primero el Gótico con su impulso vertical y posterior tendencia estilística flamígera. Como sucesor del románico y etimológicamente relacionado con los (germánicos) godos. De su pleno afianzamiento y expresión en tierras germanas justo en un cismático momento de crisis y dispersión, donde la avidez de cohesión (cultural) resultaba más que una imperiosa consigna. De cómo se convierte en un estilo representativo y unificador -manifiesto- del espíritu germánico, para efectos evocadores debe mantenerse en la mente la imagen de la Catedral de Colonia (Köln). Lo tenebroso, mágico (duendes, brujas, hadas) y bizarro caracterizan luego los relatos góticos (entre los siglos XVIII-XIX), que también acudían a la mística imaginería medioeval de gárgolas y quimeras, el término de esta forma va adquiriendo tonalidades más sombrías y connotaciones más tétricas, hasta llegárselo a asociar con (como signo inequívoco de) lo terrorífico. Así, y entrando a los cenagosos terrenos del lugar común, la reducción más obvia fue: Gótico=Terrorífico; entonces vimos cómo en los 90 (quizá finalizando los 80) decididamente tal reducción entró en obra, ya había indumentaria, arte, música (rock), etc., góticos y la gran mayoría adoraba el color negro y a los vampiros..., ya con una pauperización tal del término no cabe reñir sino, mas bien, concertar, tratar de establecer o de hallar nexos posibles. Y entonces en Alemania, ya alcanzando la segunda década del siglo XX, aconteció una situación similar a la de unos siglos antes de dispersión y caos (con el fantasma de la guerra encima), y una vez más se requería perentoriamente un elemento común de cohesión y (como en -para- el Gótico) de representación. Hacia 1910 el expresionismo se instituye como reacción plástica (representativa) y poética posible ante la difusa y decadente (impresionismo y naturalismo en declive) circunstancia, caracterizándose por una diáfana asunción de lo "gótico". Así, el recurso a lo flamígero y vertical e igualmente a lo "terrorífico" horroroso no es de extrañar que se conjunte y suceda: el horror, lo fantástico y el crimen como dominantes. La muestra que de ésto más a la mano tenemos es la cinematografía: tanto el Dr. Caligari de Wiene, como el Nosferatu (así el Fausto o El último hombre, etc.) de Murnau, etc.; aunque también está el Wozzeck de Berg, los poemas de Trakl o Heym, los dramas de Wedekind o el arte de Schiele, etc. En esta breve y arbitraria asociación de acontecimientos y eventos históricos, y guareciéndonos (como excusa) en el subterfugio del lugar común, se quiso dejar claro cómo una manifestación (reacción) determinada de una cultura específica posibilitó el pleno auge y desarrollo de una respuesta clara y adecuada -coherente- a una situación de progresiva disolución de la misma, y cómo tal manifestación se implementó posteriormente de otra manera en una situación similar e igualmente decisiva, así el Gótico resuelto de dos maneras. También está cómo aquello "gótico" manifiesto en el expresionismo sirve como germen para el subsiguiente y programático desarrollo del terror como recurso expresivo. Y, otra vez, el ejemplo de la cinematografía nos surge oportuno y esclarecedor: la notoria influencia de este estilo en Hitchcock (quien en su juventud trabajó un corto plazo en los estudios de la UFA -Universum Film A.G.- Palast am Zoo, en pleno apogeo expresionista), o los sucesivos vampiros (Dráculas, etc., el rotundo éxito de Christopher Lee, etc.) que se vinieron tras Nosferatu, etc. La ejemplificación anterior quizá pueda servir de modelo inspirador en tanto nos hallamos (manteniendo las distancias) en una situación similar, e igualmente crítica, a la padecida por la cultura alemana (nuevamente manteniendo las distancias), especialmente en el caso de la que sirve de germen al expresionismo. Tal vez el recurso al terror ahí previsto pueda para nosotros constituir, más que una insinuación, una preclara directriz. Algo de eso (del recurso al terror, a lo raro) en nuestro medio, precisamente en esta ciudad, como apelación a una poética posible quizá haya sido lo que para los 70 se dió: "monstruos" ávidos de sangre, niños-vampiro y vampiro-niños, fascinación por lo mórbido, etc., aunque lejos de mis posibilidades está el poder elaborar un diagnóstico adecuado al respecto en tanto, por suerte (no se si mala o buena, si bien me inclino por la última), tal época me resulta lejana y su influjo ajeno. Aquí tan solo vale anotar el indicio de una posible representación efectuada, y su nexo con algunos de los asuntos que se han venido (mal) tratando.

En otro campo, y volviendo a los dominios de lugar común, es corriente oír acerca de la labor (oficio y ejercicio) del artista que éste lo hace (o ha de hacerlo) para superar la aridez y grosería de la realidad: el arte y su ejercicio como vía de escape, con marcados tonos pseudo freudianos, frente a la cruda y descarnada realidad. La apreciación cambia de tono según la fuente de donde provenga, aunque siempre la idea central persiste y el arte y sus productos habrán de ser, entonces, representación; pese a que es a la definición de esta última respecto a lo que nos hayamos extraviados. Aunque tengamos, a medias, claro el estatuto referencial de la realidad nuestra: violencia (guerra), terror, etc. Es en estos casos de sin salida, cuando estamos casi que en el atolladero, que el acudir a la sabiduría antigua resulta ciertamente conveniente y estimulante. Es entonces cuando el viejo Aristóteles nos puede dar una mano para salir de la encrucijada  (o aporía -estado de sin salida- como él la llama), encrucijada que quizá pueda zanjarse en la ya clásica (casi que lugar común) definición de la función de la tragedia, que "con el recurso a la piedad [compasión] (éleos) y al terror (phóbos) logra la purgación (kátharsis) de tales pasiones (pathémata)" (cf. Poét., 144b27-28). Así, la opción que se vislumbra es, en vistas de la kátharsis, elaborar representaciones adecuadas de eso causante del terror, representaciones de eso terrorífico, representaciones que en últimas vienen a ser de nuestra más pura realidad. Obviamente el problema es cómo, y quizá la solución también esté en (nos la tenga guardada) el viejo Aristóteles y en su concepción del arte como una techné poietiké, como una actividad productiva (además de ir acompañada de razón, de lógos). Entonces de la hipotética representación requerida no cabe esperar que sea una imitación servil o vil copia de aquello que se refiere y que pulsa a ser representado: en Aristóteles eso paradigmático al cual se le aplica el arte (o techné) es la realidad dada, o naturaleza (phýsis); asimismo entra nosotros, y en el juego propuesto, eso a representar sería la realidad (con las connotaciones que ya hemos visto), luego ese carácter de no ser tan sólo imitación servil o copia abyecta también podría aplicarse en nuestro caso. La exigencia, entonces, será de una representación activa inscripta en el curso de una dýnamis productiva que no se quede en la simple imitación (mímesis) sino que sea también generativa, y en nuestro caso que lo sea (generadora) acaso tan sólo de contenidos. Una opción posible, de esta poética -también posible- de la violencia y el horror, sea quizá más allá del crear (más allá de la creación) el de sugerir vínculos con lo referido, en este caso en lo concerniente a la realidad, cifrar en el artista el poder de sugerir más que el de crear. De esta suerte (...)?

Camilo Vega.


(1) Un ejemplo más que paradigmático es el de un desplazado, quien se ve abocado al escape que el terror de facto fomenta.

(2) "Aparente" en tanto la "vivimos" (soportamos) a través de los Media.

(3) Vale la pena aclarar aquí que ha rato se elaboran en nuestro escenario político grandes edificaciones conceptuales y pletóricos discursos sustentados en conceptos-clave ya desemantizados, sin una carga o contenido significativo definido o, incluso, inexistente, o quizá ya roído y gastado (a sí perdido) por el excesivo (mal) uso: ya la gran palabra "paz" ni siquiera logra traernos a la mente la imagen de una inocente paloma.

(4) In "Greek Hero Cults and Ideas of Inmortality" (Oxford, 1921), citado por G. S. Kirk's "Myth. Its meaning and functions in Ancient and others cultures" (London, 1970) [Trad. esp., renovada, 1985].

(5) Los seis tipos restantes son: i.) hieráticos héroes-dioses de origen cultural; ii.) héroes o heroínas sacros asociados a algún dios; iii.) figuras profanas que eventualmente pueden llegar a ser divinizadas; iv.) héroes épicos (v.gr. Héctor, Aquiles, Agamenón); v.) héroes epónimos o genealógicos ficticios; vi.) númenes funcionales y culturales.

(6) Se agradece de manera especial a Wilson Díaz la gentil información suministrada respecto a la muestra permanente exhibida en este peculiar Museo.

(7) Y ya que estamos inmersos en el asunto de las mitologías, los homicidios y los matorrales, vale la pena mencionar aquí (como fugaz guiño) a nuestro "Cacique de la Junta" (¿o será de la "Yunta"?), al inmortal y compungido Diomedes, casi tan valiente -virtualmente- como el heleno hijo de Tideo, recordando además la diamantina incrustación en uno de sus incisivos laterales, que estoicamente soporta su cruel pena.
 

 

? Aquí se interrumpe el manuscrito, quizá el complemento se encuentre dentro de los papeles póstumos del autor. Tal vez en una futura edición (tras exhaustiva pesquisa de los "papeles" en cuestión) pueda presentarse el texto íntegramente (N. del Ed.)