Perroristas
(Samuel Tituaña, Edinson Quiñones, Yonamine)
POKER-MAN
(Encuentros y ensayos aleatorios)
Poker-man es una intervención efímera en el espacio público como producto de varios encuentros. El primero se dio entre artistas (Yonamine, Edinson Quiñones y Samuel Tituaña) provenientes de diferentes experiencias colectivas e individuales, de heterogéneas escenas y diversas plataformas artísticas. Esta conjunción tripartita por un momento provocó un escenario a partir del cual se buscó, sin que fuera una intención preestablecida, trastocar los parámetros autorales de la producción artística, en los que prima la producción individual y su autoría. El ritmo de este espacio de producción generó esa inquietud de por qué no una obra colectiva, que plantee el encuentro de formas de trabajo y de pensar el arte distantes y con distintos, y creo que esas inquietudes en algo aportaron a este encuentro de experiencias: el poder trabajar con base en las diferencias, exaltarlas y controlarlas en determinados momentos, utilizarlas acorde con las necesidades individuales y saber por un momento que el arte no se concreta sólo en un objeto estético e individual sino que el proceso y un proceso inconcluso también son válidos y posibilitan múltiples referencias de trabajo. Podríamos decir que esta experiencia entre presencias y ausencias se constituyó en un ensayo artístico. El segundo encuentro se dio a partir de recorridos, diálogos y ejercicios libres de creación, con escombros y residuos de basura de la playa de Ladrilleros. Estos ejercicios, en un principio, se plantearon como posibles herramientas de acercamiento e inserción en las dinámicas e imaginarios socioculturales de esta localidad. El haber generado estas rutinas de trabajo y presencia en el ámbito de lo público y lo privado generó inquietudes y facilitó entablar conversaciones con personajes que construyen parte de las identidades de la comunidad. Voces que no son las autorizadas u oficiales, pero sí las invisibilizadas por una serie de conflictos y tensiones provocadas por el encuentro de diversos componentes humanos y culturales: indios, afros, mestizos, turistas, quienes a partir de sus lugares de enunciación disputan sus formas de representaciones simbólicas y políticas, sus costumbres y tradiciones. Esta diversificación de los componentes socioculturales y humanos dificulta la aprehensión de su contexto a simple vista o de una sola mirada. Estos síntomas además van determinando hitos físicos, inmateriales y mentales constituyéndose en referentes para que los transeúntes puedan movilizarse. Esto es lo que Eduardo Kingman Garcés llama mapas mentales. “Esos mapas definen recorridos, hitos, fronteras, en parte reales y en parte imaginados”(1). Y parte de nuestros recorridos transitaron entre lo real y lo imaginado, y a partir de allí nos dimos la licencia para especular.
En estos extensos recorridos se acumularon varias interferencias que nos ayudaron a comprender el lugar y accionaron como nodos para insertarnos en la trama del lugar. Una de estas fueron los acantilados, la casa e imagen fantasmagórica de Tocayo Santiesteban, vendedor de conchas y piedras. Ubicado en el acceso principal a la playa. Además, y según varias versiones de los vecinos, Tocayo es descendiente del primer colono de Ladrilleros. A este encuentro y diálogo se sumó la imagen recurrente de la cerveza Poker, compartida en algunas tabernas tradicionales del sector con varios habitantes de la comunidad. La imagen de esta bebida generó varias inquietudes, una de ellas por el juego, el azar y lo aleatorio que plantea para descifrar un momento de la existencia. Esta interpretación, prestada o apropiada hizo que decidiéramos relacionar y hacer dialogar dos elementos: el rostro de un personaje local, Tocayo, y el logotipo de esta bebida de consumo masivo. Luego se llevó a cabo un tercer ejercicio libre en las paredes de los acantilados usando materiales orgánicos, como la arcilla del mismo sitio, para no afectar su ecosistema. A este ejercicio se sumaron turistas y habitantes de la comunidad. Después de esta experiencia se planeó una intervención pictórica de carácter monumental con los elementos antes mencionados (Tocayo y Poker). Finiquitada la apropiación y uso de las imágenes nos conectamos con otro personaje, Óscar Barandica, un llegado al sector, como él mismo se define, hace veintitrés años. De él pudimos conocer varios de sus oficios: artesano, electricista, navegante y participante de la escuela de saberes de Helena Producciones. Óscar aportó los recursos técnicos: poleas, arneses, lazos y cascos de seguridad para la intervención, y brindó varios datos históricos en torno a la construcción del sector social y cultural de Ladrilleros.
Ariel Corrales es otro referente con el que dialogamos. Llegamos a él a través de los rumores de los vecinos y del transitar por las rutas del sector. Ariel es artista, taxidermista, artesano. Su tienda artesanal contiene un curioso proyecto: el Primer Museo Marino del Pacífico. Amablemente nos invitó a conocer su trabajo y a manera de un guía de museo compartió con nosotros su colección arqueológica, entre las que hay serpientes, esqueletos de delfines, cachalotes disecados, cráneos de diversos animales etc. Finalizada la guía el grupo de trabajo acordó invitar a Ariel para que forme parte de la intervención en el acantilado, pero él no aceptó debido a sus múltiples ocupaciones y falta de tiempo, así que le encargamos la realización en madera calada el retrato final de Tocayo Santiesteban, con el objetivo de reproducirlo a mayor escala en la pared del acantilado.
Estos tres encuentros provocaron lecturas y especulaciones acerca de la construcción del tejido social y cultural de este lugar, así como inquietudes que nos incitaron a continuar buscando otras historias, mitos y memorias de los primeros colonos de la comunidad. Por ejemplo, el Viche, aguardiente tradicional del sector, compartido y analizado en una de las tabernas populares, de propiedad de doña Bethy Santiesteban, donde ella nos dice que Evelio Santiesteban es el primer colono de Ladrilleros. El esposo de Bethy, aparte de contarnos varios relatos, nos dejó revisar un libro sobre los mitos de la cultura afro basados en su oralidad. En esta misma conversación los hijos de doña Bethy comentaron sobre Evelio, de más de ochenta años de edad, según los datos mencionados en el relato. A más de esa información nos llevaron a la casa de Evelio y pudimos charlar con él varios minutos. Afirmó tener setenta y siete años y haber llegado a estas playas los primeros años de la década de los cincuentas. En esta misma conversación comentó sobre por qué del nombre de Ladrilleros: según él, se adoptó por un operativo militar denominado Ladrilleros.
De estas experiencias de recorrer, de entrar y salir de la dinámica social de la comunidad, así como de diversas historias contadas oralmente por estos personajes, observamos que Tocayo se tornó en uno de los ejes con el cual, podemos decir, empezamos a conocer -e intentamos reconstruir con nuestra visión externa y transitoria- una de las tantas historias y memorias que hacen más compleja la comprensión de la composición social de Ladrilleros. De la misma manera, pudimos interpretar a Tocayo a partir de su silencio extremo como un sujeto crítico ante los conflictos y tensiones de la mixtura social a la que está sometida Ladrilleros, lugar que crece y se disputa el uso del espacio y las representaciones simbólicas y políticas y por la economía en aumento. Esta composición tensionante se da, según nos contó Óscar, porque hay varios componentes humanos y culturales: indios, negros, colonos, nativos, llegados y turistas. Diversidad que también multiplica una serie de oficios y espacios laborales de carácter informal que se disputan la circulación de los productos locales, como artesanías, la gastronomía, el turismo, materiales de construcción y los productos externos que son más de consumo global y urbano. Este diálogo también lo pudimos apreciar en el cruce de creencias religiosas: entre el catolicismo, la iglesia evangélica y los contenidos más ancestrales de las comunidades indígenas y afrodescendientes.
Este proceso realizado en la primera mitad del workshop y el hecho de estar inmiscuidos un tanto en la cotidianidad del lugar nos abstrae de las otras reacciones que provocaba el mismo proyecto en la gente. Por ejemplo, un día pensaron que en la carretilla llevábamos una persona muerta y que lo íbamos a botar en el mar; otra reacción fue aquella de confundirnos con geólogos e ingenieros, y que estábamos realizando estudios del suelo. Sin embargo muchos de los turistas y nativos se sumaron a varios de los ejercicios, sobre todo a la experiencia de pintar en los acantilados con la arcilla, en su mayoría niños y jóvenes que empezaron a dejar imágenes de animales marinos, entre ellas la ballena yubarta. Sin embargo estas reacciones nos alejaban aún más de las tensiones que provocaba el proyecto general en sí mismo: y debimos entender que la población no es un sujeto pasivo si no que está atenta a lo que entra, sale, se dice y no se dice en el entorno.
POKER-MAN
El tiempo el lugar propio trastocado
marca el silencio de ese cuerpo lleno
miedos externos transitando entre
ruidos, voces y colores de piel que
emergen del agua traducidos en cientos
conchas arrumadas como residuos de
afectos perdidos
los olvidos
las historias
costales llenos de culpas
que cargan sus muertos ajenos.
Samuel Tituaña
(Colectivo de Arte Tranvía Cero)
(1.) Ton Salman y Eduardo Kingman, Antigua Modernidad y Memoria del Presente. Culturas Urbanas Editores, Quito, 1999 (FLACSO sede Ecuador), Pág. 23.