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Adriana Pérez
No Nos Tomen Del Pelo

Realizó una acción alrededor del tema del cabello como símbolo y lenguaje cultural.

Texto escrito por Adriana Perez
“Mi interés no es hablar acerca de las cabezas rapadas precolombinas, africanas o asiáticas o las demas existentes en la historia del hombre, pero si me interesa por ejemplo, mencionar que la historia de afeitarse viene desde el antiguo egipto. Los egipcios poseían una obsesión inusual con si higiene personal, por ejemplo, los sacerdotes creián que el pelo del cuerpo era vergonsozo y desaseado, solo poseían pelo los animales salvajes, los barbaros, saqueadores, campesinos y esclavos, mercenarios y criminales pero nunca la “super avanzada” y sofisticada civilización egipcia, pero por otro lado, los antiguos romanos pensaban que la carencia de vello, pelo, y cabello era una especie de terrible deformidad.

Tanto hombres, mujeres y niños del antiguo Egipto rasuraban sus cabezas y lucian finas pelucas hechas a la medida, preferentemente con cabello natural estratégicamente diseñadas para mantener la cabeza fresca con el fin de proteger la piel de los peligrosos rayos solares, y para ocultar todo tipo de marcas y deformidades del craneo, mientras que en Europa, en la Edad Media, la iglesia desaprobaba las pelucas, aunque se utilizaran para ocultar una calva pues cualquier tipo de adorno artificial del cuerpo era visto como una perversidad y como “marca del diablo”.

Se creyo que el cabello largo era símbolo de virilidad. Según la biblia, el cabello de Sansón le proporcionaba fuerzas: “...si me rapasen perdería todo mi vigor y sería como un hombre cualquiera...”(jueces 16-17), mientras que los antiguos griegos ofrecían su cabello en sacrificio a los dioses. A pesar de lo anterior y lo siguiente, es muy importante anotar que el cabello siempre ha representado un papel importante en la atracción “sexual” entre hombres y mujeres en especial el de la mujer.

Hoy en día a través de la historia, la simbología de una cabeza rapada se categoriza de forma diferente en cada cultura. Esto es, por ejemplo, el militar, el preso/a, la cabeza de una mujer negra rasurada como castigo por haber colaborado con una feminista blanca, la cabeza pelada de una mujer francesa resultado de la reprimenda por haber dormido con alemanes durante la segunda guerra mundial, así mismo como el castigo alemán para la mujer que haya dormido con un judío en el mismo periodo, la cabeza calva como inicio de torturas a las mujeres consideradas brujas en la Edad Media. También es aún hoy en día una costumbre que los monjes, monjas y otros miembros de ordenes religiosas lleven sus cabezas rapadas generalmente como símbolo de sumisión ante una autoridad superior, como símbolo de castidad y desapego del mundo. Es además, como bien lo conocen los antiguos guerreros japoneses, un acto ritual elaborado para su preparación física y espiritual, en el que no-solo se cambia de aspecto y se le despoja de un escudo protector sino que representa el desapego de un tesoro para sacar a relucir la simpleza de la elegancia de la forma, dejando en transparencia y limpieza su rango y profesión ante la crítica de la moralidad. El enfermo mental a quien se le rapa y realiza la lobotomía, el aspecto degradado de las cabezas rapadas de un monton de habitantes de un campo de concentración judío, (la última imagen de opresión), la imagen de un cuerpo destruido por una enfermedad, después de radiaciones y sugrimiento continuo como el enfermo de cáncer, y el reflejo vivo de transfusiones de sangre, baja de defensas y de cuidados antisépticos extremos como el enfermo de SIDA.

La imagen del “rapado” contiene las palabras poder y abyección, opresor y oprimido, asesino y el asesinado, y siempre sin diferencia de género; esta imagen es un agente de reconstrucción de su propia identidad que no solo envuelve fuerzas personales pero también sociales. Es la constitución de una imagen de impotencia y de poder. Todas las cabezas rapadas según el contexto hacen un llamado a la memoria visual de una cultura, de una historia de guerra, dominación, colonización, de enfermedades, de creencias y de cánones de belleza, son respuestas a las innumerables preguntas relacionadas con la interacción de sexualidad, identidad y violencia, una representación tanto de una imagen como de un estilo que resulta de una gran variedad de experiencias políticas, sociales y personales.

Las cabezas rapadas significan humillación, una manifestación visual de una condición de dominación y poder que unifican la guerra y la violencia con los abusos y la imposición del falo como doctrina masculina y machista global que se encuentra incluso en la biblia: Matrimonio con una prisionera de guerra:

“...Se rasurará la cabeza, se cortará la uñas y quitándose los vestidos de su cautividad quedará en tu casa y llorará a su padre y a su madre durante un mes...”
Deutoronomio 21:10-14

Especialmente desde mediados de los 70’s en la cultura occidental se han presentado grupos e individuos que optan por modificar sus cuerpos y aspectos, dentro de los cuales estan las transformaciones del cabello hasta llevar las cabezas rapadas convirtiendo esta tendencia en una moda(aún siendo esto percibido como el rigor y la imposición obligatorias de algunos grupos marginados). Esto se ha convertido en un sentimiento universal de poder para “cambiar el mundo” demostrando así que el cambio proviene desde el individuo que tiene el poder de cambiar su propio cuerpo. Estas modificaciones del cuerpo y el aspecto físico son estimulaciones de la pasón y un resorte para trasmitir las emociones que algunas veces estan acompañadas de dolor físico.

Dicen algunos psicoanalistas que a partir de una época, las mujeres han insistido por optar raparse la cabeza para rehusarse a seguir las representaciones clásicas de la belleza femenina y para tener el control propio de su propia representación e imagen. Raparse la cabeza es un símbolo de mediación personal, de resistencia y rebeldia, de independecia del paradigma de la mujer erótica, es hacer del aspecto mismo un ready-made modificado que no se ciñe en ningún momento a las normas estéticas sino que las convierte en mutantes constantes. Desde hace mucho tiempo, los hombres y las mujeres saben que el cabello puede mejorar o empeorar su aspecto, la longitud, el color, la textura y el corte han sido determinantes, no solo en la,moda sino también como reflejo de un status y de un estilo de vida.

Ninguna parte de nuestro cuerpo es tan facilmente cambiante como el cabello. Si no nos gusta la forma de nuestra nariz no podemos cortarla y esperar a que crezca nuevamente, no puede alterarse a no ser mediante cirugía plástica. El cabello en cambio es infinitamente flexible, se corta y se sabe que crecerá,(en caso de arrepentimiento) pero está en manos de los buenos estilistas tener la habilidad de sacar el mejor partido de ellos, ademas haciendo una labor de cirujanos plásticos al hacer disminuir la imperfecciones de un rostro, o enfatizar los rasgos atractivos de otro, y no solo brinda un aspecto diferente sino que hace sentir diferente al “paciente”. ORLAN, (artista francesa de performance) lo dice y desmitifica cuando afirma que “Cambiar el cuerpo, su aspecto, es aceptar la idea de cambiar la apariencia y los dones antropométricos que catalogan los cánones del mundo. Esto parte y va más allá de la tímida y discreta manera en que una joven se pintarrajea los labios de rojo”, es convertirse en extranjero de su propio cuerpo e imagen al encontrarse ante el espejo(reflejo de sí mismo en video) y no reconocer su nueva identidad o aspecto, es juzgarse y ser juzgado, es inscribirse en un catálogo de posibilidades respecto a la anatomía y la imagen pero que parten de la identidad.

El pelo símbolo del erotismo estético por excelencia del cuerpo humano, en especial del femenino, al ser mutilado o desprendido de su raiz es como haber quedado desprotegido ante la dura crítica de diferenciacion del género humano? Femenino-masculino, hombre-mujer, pero todo intento de cambio de apariencia requiere del individuo un sacrificio interno, una provocación de sufrimiento físico y/o moral, una acción deliverada de liberación, de cambio, que puede llegar a convertirse en una tortura “indolora” en la cual se busca un poder curativo que requiere de tiempo y de cuidados.

Esta fibra, que no conoce realmente las fronteras de la belleza física intrínsecas en su misma naturaleza, es la estructura o elemento del ser que enmascarada bajo su abundancia, vigor, sinuosidad, brillo, apariencia, misticismo, sensualidad, aspecto, propiedades de adaptación, entre otros, nos permiten jugar indefinidamente con nuestro infrenable deseo de cambio estético y visual ante los condicionamientos sociales y los planteamientos de los cánones aparentes de belleza. Será que después de una intervención o transformación se seguirá siendo belle/o? Un registro fotográfico de antes y después asume un devenir de la metamorfosis a la que Kafka nunca pudo haber llegado a pensar jamas, asumida a un acto voluntario y contrario a lo que sucede con un enfermo o un mutilado por la guerra. Es una necesidad, un deseo, es una sumisión a la humillación del profundo esclavismo del canon de belleza al que me uno a ORLAN para criticarlo, rechazarlo y cuestionarlo en honor del espiritu humano y no de su apariencia, como una ruptura “accidental” de la identidad individual.

Puesto que el cabello es uno de los tantos atractivos de la persona, la sala de belleza se ha convertido en un gran negocio. Como un mago, el estilista puede transformar nuestro aspecto al igual que un cirujano plástico en un universo de salas blancas y extraños instrumentos, de enfermeros de blancura virginal en contacto directo con la piel y la fibra, un universo de corredores vítreos en donde se esta en constante exposición y que todos conocemos; el cual nos inspira un incontenible e inexplicable terror y deseo a la vez en donde el “paciente”, es decir cada uno de nosotros, nos encontramos reducidos provisoriamente al estado de objeto, esa sala de belleza o centro de estética cuyo parecido intrínseco a la sala de cirugía o quirófano no es más que una coincidencia en donde se persigue e insiste en alterar una identidad de la cual estamos en constante inconformidad.

Los medicos por su lado, consideran la cirugía estética(hoy en día plástica)como el procedimiento que brinda armonía al cuerpo por medio de la simetría exacta para disimular defectos ostensibles y recuperar la funcionalidad del area tratada siempre corespondiendo a un procedimiento en aras de la salud, la cual su última finalidad es el objetivo plástico de cambio de forma o aspecto por medio de presión, modelado, moldeado, cortes, costuras, o cambios de defectos por simple capricho estético. Si hacemos un paralelo entre lo que es una sala de cirugía, una intervención quirúrgica y una sala de belleza y un tratamiento de cambio de aspecto o imagen podemos ver que el objetivo básico de quien acude a ellas es el mismo; el cambio de aspecto ya sea por funcionalidad, comodidad o su carácter práctico.

Como precedente de “recuperación” y paciente espera al crecimiento del cabello me dedicaré al arte de tejer una peluca para ocultar mi calva. Quiero tejer día a día nuevos arquetipos que recuperen mi cuerpo y su imagen como un lenguaje que intente modificar el cambio de cánones de belleza fijados por una sociedad fria y esteretipada, a los cuales no me interesa seguir no pertenecer, quiero ser yo misma y si debo atacar mi apariencia con tal de no pertenecer a esos conceptos primitivos, ancestrasles y anacrónicos, entonces, me raparé cuantas veces necesite y tejeré mi peluca hasta cuando seguir con mi cuestionamiento y rechazo lo necesite. En estas acción, mo cabello se convierte en material privilegiado para la construcción de una indagación del estatus de la imagen FEMENINA que parte de la lectura del cabello como símbolo sexual y canon de belleza.”

Adriana Perez

Adriana Perez