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ACTOS CERCANOS AL PERFORMANCE DESDE LA FILOSOFÍA
Por: Juan Pablo Velásquez Botero*

Entre las diversas apreciaciones que se pueden hacer sobre el Performance, se intentará subrayar que en esta manifestación artística quien la ejecuta lleva a cabo paralelamente el acto de contemplar la idea que busca transmitir. La diferencia sustancial con otras experiencias estéticas consiste en que el Performance es la actualización de la idea, mientras que la pintura, por ejemplo, la instalación o la escultura, se presentan como el producto de la idea. Claro está que existe la posibilidad que una obra de arte sin ser Performance tenga la propiedad de interactuar con el público, o modificarse por sí misma, pero lo que se quiere resaltar es la situación del artista en acto. Esto es, el Performance como energeia, aunque también ergón. Y aunque aquí no se proponga una conceptualización, teorización, ni mucho menos una definición, la predicación del Performance en estos términos conduce a la reflexión, por lo que se aísla de estas consideraciones todo el problema conceptual del Performance para ingresar en la indagación por los procesos internos de quien lo realiza. Al efectuar este despeje aparece el yo del artista, que es un yo contemplativo y reflejante. Hecha estas solicitudes, se abre el horizonte de aquellos actos cercanos que al tematizarse se descubren en las intenciones de innumerables filósofos. Más allá de escrutar en la filosofía el origen o legitimidad del Performance, o declarar que los filósofos ya habían practicado la técnica del Performance, de lo que se trata es de apreciar aquel rasgo del Performance, o mejor de su ejecutor, para acentuar su pertinencia en el filosofar mismo, y así exponer algunos casos en lo que se cometen por parte de filósofos, actos cercanos al Performance.

Desde la perspectiva histórico-filosófica, en estos actos subyace el debate teoría-praxis, que ya para los filósofos griegos fue determinante. En este sentido la Ética aristotélica plantea que todas las reflexiones sobre los hechos morales tienen que ser llevados a la práctica, pues la praxis es la feliz conclusión de todo el discurrir teórico del acto moral. Y advierte Aristóteles sobre la relación que existe entre moral y costumbre, en el inicio del capítulo I, del libro II de la Ética Nicomaquea: "...Y por eso ha menester de experiencia y de tiempo, en tanto que la virtud moral es fruto de la costumbre, de la cual ha tomado su nombre por una ligera inflexión del vocablo". El parecido entre las inclinaciones semánticas hacia moral o hacia costumbre, depende de la palabra, si se dice "ética" con épsilon o si se dice con eta. En el primer caso se acudiría al sentido de lo moral y en el segundo al sentido de la costumbre. Sin embargo, más allá de estas sutilezas filológicas, hay en Aristóteles una conceptualización al respecto. Para Aristóteles las virtudes no son innatas al hombre, pero tampoco son contrarias a su naturaleza, sino que por ser fruto de la costumbre, las virtudes se pueden perfeccionar, cosa que no ocurre, por ejemplo, con una piedra que por más que se lance hacia arriba nunca dejará de caer. La solución entonces que propone el estagirita es que la costumbre ayuda a consolidar las virtudes morales gracias a la repetición; al enfrentarse en cada acto moral se pulen las inclinaciones, y así mediante la experiencia se va quedando en el hombre la sabiduría en las acciones éticas. De acuerdo con lo anterior, la costumbre, es decir, la repetición de una acción razonada, se enlaza con la teoría, siendo estos dos elementos, la estructura unitaria de la actitud filosófica. Es en este punto, en la unidad teoría-praxis, donde cobra importancia el análisis de estos actos cercanos al Performance, pues ya en los orígenes de la filosofía, el problema de la acción estaba planteado.

Para demostrar en que medida los comienzos de la filosofía presentan la preocupación por el acto, es preciso exponer algunos casos que incluso anteceden a la reflexión aristotélica.

Ya en el periodo llamado presocrático se descubre esta vocación por el acto, que en la figura de Pitágoras de Samos, encuentra una expresión estética en el mismo filosofar. La doctrina pitagórica puede ser entendida como un intento por explicar la naturaleza del cosmos a partir de la forma, ya no de la materia como los antiguos fisiólogos milesios. En la forma, que como tal no constituye expresamente una categoría dentro de la terminología pitagórica, se articula la religión, lo místico y lo sublime con la música, mediante el número, resultando una doctrina asida en lo estético. El actuar cercano en Pitágoras consiste en experimentar. Experimentando contribuyó con la gramática musical, con el descubrimiento de las octavas y quintas de nota. Pero lo que determina el acto cercano es el gesto pitagórico de permanecer vigilante en busca de la audición perfecta, es decir el estar en constante atención al paso por herrerías donde escuchaba los sonidos que partían del yunque, intentando medir los intervalos musicales que producían los martillos de diferente peso. Su relación con la música era de un trato cotidiano, y si en un principio esto sirvió para deducir relaciones físico-matemáticas a partir de las variables: longitud de cuerda, peso de martillo, tensión de la cuerda, calibre; y así aportar elementos para la afinación; lo importante es rescatar ese actuar, que si bien no tiene un significado estético muy claro, si se relaciona de una manera directa con las doctrinas que impartía, porque este permanente estar despierto de Pitágoras es un acto estético-religioso. El maestro, que obtuvo el nombre de Pitágoras porque según Aristipo Cireneo siempre decía la verdad no menos que Pitio o también por ser considerado "portavoz" del oráculo "pitio" de Delfos, que igualmente prohibió la alimentación a partir de carnes, huevo, y según algunos de habas, conforme a su doctrina de la trasmigración de las almas, y que para sus discípulos era una autoridad espiritual a tal grado que todo lo dicho acerca de la teoría o conducta pitagórica era sustentado diciendo "ipse dixit" (él lo ha dicho), aseguraba ser el único que podía escuchar la "música de las esferas", la cual provenía de la fricción ejercida por el movimientos de los siete planetas, que giraban entre sí como si formasen todos una esfera gigante que contiene otras esferas más pequeñas. Y en este escuchar la armonía universal se concreta la actitud estético-religiosa.

En este mismo período surgió una de las figuras más importantes de la filosofía: Heráclito de Efeso, llamado "el oscuro" por Timeo de Flionte porque tanto sus doctrinas reunidas en algunos fragmentos, aforismos y apotegmas, como sus comportamientos aparecen recubiertos de un velo enigmático. La doxografía revela un pensador misántropo y solitario, en efecto, ningún filósofo hasta Cratilo, contemporáneo de Platón, reclama sus enseñanzas. Se supone que escribió un libro titulado De la Naturaleza, como era costumbre llamar los tratados presocráticos, el cual contiene sus doctrinas expuestas en un griego arcaico incomprensible para el vulgo. Entre los diversos actos que evidencian una ejecución de sus pensamientos está el haber depositado en el templo de Artemisa aquel libro, para que estuviera guardado por el misterio y la devoción de ese recinto, pues para Heráclito la sabiduría es próxima a lo místico. Heráclito no consideraba sabio a quien pretende llegar a la verdad informándose por medio de los sentidos, ni a quien usa demostraciones lógicas, sino quien entra en contacto con el Logos divino para comunicar lo que sabe. Otro acto que se puede rescatar con la intención de exponer la correlación entre teoría y praxis en Heráclito es que al ver acercacerse a unos extranjeros a su casa les dijo que entrasen a la cocina que allí también había dioses. La enigmaticidad de esta frase se resuelve en la concepción del fuego con sustancia eterna de la que todo se ha ido transformando, este fuego es inteligencia y causa del gobierno de todas las cosas, es decir que fuego y Logos es lo mismo. Igualmente sostienen quienes cuentan su vida, que Heráclito padeció de una hidropesía causada por una rígida dieta basada en hierbas, y buscando alivio mandó lo enterrasen en estiércol al sol para que el calor secase su dolor, está decisión que le ocasionó la muerte, se entiende así mismo como una entrega al juicio final de aquel Logos-Piros que todo lo gobierna.

Un punto culminante en la definición de la praxis filosófica es Sócrates. El escultor ateniense que un día se aburrió de esculpir y dejó de trabajar para aprender de los hombres. Sócrates nunca salía de Atenas, como queda constatado en el Fedro 230-231, pues como afirmaba los campos y los árboles no tienen nada que enseñarle, sólo los hombres. Pero estos no lo comprenden, a excepción de unos cuantos jóvenes -Alcibíades, Platón, Antístenes, Jenofonte- a los cuales invitaba a su casa para que se deleitaran con las atenciones de su esposa Xantipa, que veía absorta como su esposo llegaba todos los días a la casa ebrio, sin importarle traer un solo dracma para sostener a sus tres hijos, qué le importaba a ella que el Oráculo de Delfos hubiese declarado a su marido el hombre más sabio entre los ateniense si nunca estaba él en casa. Sócrates se paseaba por la Polis griega interrogando a los hombres, aplicando la mayéutica, molestando a los atenienses en la plaza, enseñándoles y practicando la virtud, el bien supremo. Sócrates que era un hombre inmensamente piadoso no encontró respaldo, más que por aquellos jóvenes sin autoridad, y en el momento de ser juzgado por traer nuevos dioses a la ciudad, ni siquiera él mismo se defendió, ni se retractó, como queda constatado en la Apología de Sócrates, pues estaba convencido de que lo que regía su ser era su Daimón interno, entonces fue condenado a beber la cicuta. El acto de beber es aquí, un acto, una práctica de sus pensamientos, que lleva a cabo con la mayor solemnidad de alguien que ha profesado su amor por la sabiduría, su amor por los hombres y por sus leyes. En el momento de la ejecución, luego de haberse preparado para la muerte con su discurso sobre el alma humana, consignado por Platón en el diálogo Fedón, y después de haber despachado a Xantipa que lloraba inconsolable, tomó la copa, agradeció a los dioses, animó a los amigos que lo acompañan y finalmente bebió el mortal veneno, dando su última indicación: "Critón, debemos un gallo a Esculapio. Pagad la deuda, no la descuidéis" (Fed. 117).

Las enseñanzas socráticas alcanzan por medio de Antístenes, al filósofo Diógenes de Sínope, el más representativo de la filosofía cínica. El origen de esta designación se debe a que Antístenes, el fundador de la escuela, impartía sus doctrinas en el gimnasio ateniense de Kynosarges ("el del perro raudo"), no se sabe si él o sus primeros discípulos han recibido tal designación, lo que sí es claro es que Diógenes se apropia y dimensiona el seudónimo de kynikós, adjetivo que en griego significa "perruno". Sus enemigos lo llamaban perro debido a su modo de comportarse en público y su forma de vida, que al mismo tiempo encuentra un reporte en sus ideas. Siendo la reflexión acerca de los animales y la analogía que estos presentan en la moralidad humana permanente. Por eso lo que empezó como burla terminó por convertirse en un elemento indispensable en la fundamentación de su vida y su pensamiento. Diógenes Laercio refiere que cuando le preguntaron a Diógenes por la raza de perro que era, el can respondió que melitense (perro faldero y de recreo) cuando esta hambriento, y molósico (mordedor y fiero) cuando está harto. Ahora bien, los innumerables actos que se encuentran en la correspondiente doxografía, muestran una filiación socrática que se establece en la ironía. Todo el proyecto cínico está permeado por ella, como un intento de respuesta frente a los cánones establecidos por la sociedad ateniense, quizá lo más ilustrativo de este punto puede ser la acusación que fue impuesta a Diógenes al ser desterrado de su natal Sínope por haber acuñado moneda falsa, práctica que aprendió de su padre. Diógenes es pues un filósofo no convencional, Platón dice que es un "Sócrates vuelto loco", porque en el transgredir la teoría por la práctica se encuentra un punto central del itinerario cínico, y se establece una ruptura con las convenciones, esto es inevitable, pues las convenciones guardan una estrecha relación con la escritura. Por lo tanto desafiar los discursos teóricos es también desafiar lo establecido. Un claro ejemplo de esto es cuando Diógenes en medio de una disertación en contra del movimiento por parte de los eleatas, se paró en silencio y simplemente se fue, mostrando que el movimiento si existía. Igualmente Diógenes guarda un aura especial que lo convierte en un personaje literario y referencia obligada de la contra cultura. Otros actos que demuestran lo anterior son: el haber arrojado un gallo sin plumas en la Academia argumentando que ese era el hombre de Platón, quien había definido al hombre animal bípedo y sin plumas. Y la constante búsqueda de un hombre que hacía Diógenes al ir de día con un candil en su mano. En ambos casos hay una preocupación por el ideal de hombre, lo cual es clave filosóficamente hablando en el discurso cínico. En el primer acto, se comprueba la superioridad de lo fáctico sobre lo discursivo, no por otra cosa Platón añadió a su definición que tal animal debía también tener las uñas anchas. Se advierte aquí la voluntad de definir o considerar al hombre en relación con el animal, pues si la máxima que se impuso en las escuelas helenísticas de vivir de acuerdo a la naturaleza tiene una aplicación concreta, esta es el Kynikós Bios (el modo de vida cínico). Pero no un modo de vida inspirado en el perro rampante, audaz, orgulloso, sino un perro que si bien se caracteriza por su fidelidad, también hace referencia al descaro y la falta de vergüenza de este animal, valores todos que desafían los principios tradicionales de la cultura griega de ese entonces. Hay todavía más acciones susceptibles de ingresar en este análisis como el supuesto encuentro de Diógenes con Alejandro Magno, el cual al reconocer al filósofo le ofreció cualquier cosa que deseara para premiarlo, y Diógenes que se encontraba descansando en un paraje le dijo que simplemente se corriera pues le estaba privando de los rayos solares. En definitiva la filosofía cínica expone un modo de enfrentarse a la realidad desde actos que como se aprecia están muy próximos a ese rasgo que se ha subrayado del Performance: la posibilidad de contemplar y ejercer, en este caso políticamente, la idea teórica en su actualización.

Queda todavía por recoger un caso indispensable en este análisis de la cultura filosófica de la Grecia antigua, y es el caso de Epicuro. Si bien la filosofía epicureista se divide en lógica, física y ética, es en el problema de la felicidad (ética) donde más énfasis se hace. La felicidad para Epicuro se desprende del concepto de felicidad socrático. La felicidad para Epicuro entonces se define desde el placer, y este a su vez se determina por la ausencia de dolor, siendo el placer el principio y fin de toda búsqueda de la felicidad. En este sentido descubrió Epicuro que la mayor fuente de placer y felicidad para el hombre es la philía, la amistad. "La amistad va recorriendo el universo como un heraldo que nos invita a la felicidad", dice Epicuro. Por eso si es necesario dar la vida para salvar a un amigo no se deberá dudar en hacerlo, porque la amistad como máximo de los placeres es una situación a la que se llega por la sabiduría y por esta se sabe que es más placentero dar que recibir. Por otro lado la amistad rebasa las fronteras del tiempo, puesto que si se pierde un amigo se le recupera teniéndolo en el recuerdo. Entonces el acto que articula la doctrina epicúrea es el acto de fundación, el haber fundado la escuela en un jardín, en el que se podía convivir con los amigos compartiendo y discutiendo se configuraba la filosofía de Epicuro, donde la tolerancia y la prudencia se ejercían como condición indispensable para alcanzar la felicidad.

Como se observa pues en los orígenes de la filosofía la idea de la actualización esta presente como el motor que impulsa variadísimas expresiones filosóficas. Sin embargo, es pertinente abordar brevemente otros casos que también se corresponden con el itinerario propuesto en diversos momentos histórico-filosóficos.

Un acto cercano al Performance es también la conversión de San Agustín del maniqueísmo al catolicismo, que también es el abandono de la gramática para ir al encuentro retórico, al dialogo confesional ad infinitum con Dios. Del mismo modo, el filósofo de la piedad que es Rousseau, y que también hace uso de las confesiones como expresión filosófica, decide lanzar piedras a un árbol para ver si se salvaba o condenaba. En este acto se aprecia la separación del pensamiento rousseauniano del proyecto racionalista, porque para Rousseau el perdón lo debía conseguir en una acción aleatoria, pero también propia, más que en una argumentación sistemática. De otra parte, la exposición más clara de la ciudadela kantiana se encuentra en aquella anécdota que refiere una ocasión en la que el filósofo de Königsberg, dictó su cátedra a pesar de que sus oyentes no habían asistido al aula de clases. Kant conforme a su imperativo categórico y a su ética deontológica dictó su clase sin estudiantes, demostrando nuevamente la función pedagógica de la acción sobre la teoría. En muchas ocasiones, estos actos se presentan incomprensibles, como le sucedió al filósofo danés Sören Kierkegaard, que rompió su relación con su amada Regina Olsen, con el fin de que ambos superaran la esfera estética para encontrase en la ética y así caminar juntos al encuentro con la religiosa, tal como rezaba su teoría de las esferas o del transito de la existencia humana. Kierkegaard entonces ejecuta un acto cercano al Performance, al efectuar dicha ruptura, pero su amada jamás entendió este obrar y se caso con otra persona, ocasionándole gran sufrimiento al filósofo. O también pueden ser estos actos considerados como locuras como cuando el filósofo vienés Ludwig Wittgenstein dibujaba en público la figura del "pato-conejo" para comprobar las teorías del psicólogo de la Gestalt Wolfgang Köhler.

Finalmente, para llegar a alguna conclusión sobre la proximidad de los actos en cuestión, cabe anotar que lo expuesto hasta aquí más que ser un anecdotario filosófico tiene una relevancia conceptual en tanto está presente el debate teoría-praxis. Sin embargo, también hay que mencionar un acto que desde la perspectiva estética aproxima aún más la filosofía al Performance. Y este es el acto autobiográfico. La autobiografía como enlucubración del yo, lo tematiza imprimiéndole un colorido a la vida de quien decide realizar dicho acto. Se dirá entonces que el acto performativo filosófico por excelencia es el autobiográfico, el cual trae y pone en cuestión el problema metafísico del yo. Es un acto que se realiza en la reflexión y contemplación procurando la incomodidad de quien lo lleva a cabo al tenerse que enfrentar, no con un objeto extraño, sino consigo mismo. Por lo tanto la autobiografía se convierte en una poética del yo, dando un matiz a la filosofía, porque la historia de la filosofía es la historia del yo. De este modo surgen diferentes modalidades autobiográficas todas ellas magistrales como Las Meditaciones del Emperador Marco Aurelio, Las Confesiones de San Agustín y del carnifexio Jean-Jacques, el Ecce Homo, que bajo la mirada deconstruccionista de Jacques Derrida se transforma en Otobiografía, o el proyecto del astrónomo, diplomático, fisonomista y a su vez procrastinador: Georg Christoph Lictenberg (1742-1799), quien proponía en medio de sus diversas ocupaciones tales como: escribir poemas para bodas, inflar vejigas en sus clases de física, instalar pararrayos en los edificios, promover balnearios y la obra de Shakespeare, ensayar dietas para curar sus trece hipocondriasis, experimentar con la electricidad, retratar al popular actor David Garrick y la muchedumbre londinense, enamorar a una florista y a una vendedora de fresas, escribir y editar el almanaque de bolsillo de Gotinga, donde se trataban a la par temas científicos y populares, discutir de astronomía con el rey de Inglaterra, escribir de modas para las damas alemanas, llevar un registro de los entierros que veía desde su ventana, estudiar las maniobras de lo batallones de asalto, polemizar sobre la fisiognómica y la escritura griega, en fin, en medio de todos estos actos que pueden ser susceptibles de un análisis desde el Performance, la Hoytobiografía, es decir el registro de un evento ocurrido en cualquier momento del día, y por medio del cual se pudiera sintetizar toda una vida, como aquella acción de dejar sobre el tejado una tarjeta con una pregunta dirigida a un ángel: "¿Qué es la aurora boreal?" (Lichtenberg, Aforismos, L-679). Esta era la propuesta de un hombre que entre sus aforismos señala que "Daría parte de mi vida con tal de saber cuál era la temperatura promedio en el paraíso" (Ibidem, L-557).

Pero entonces si la autobiografía toma tal dimensión desde esta aproximación al Performance, es claro que el filósofo se acerca al artista, pues con lo desarrollado hasta aquí, se descubre la figura de quien se enfrentara metafísicamente a la realidad desde la estética, como lo fue en su tiempo Pitágoras, también Rousseau, quien además fue músico, igualmente Nietzsche, Schopenhauer y Kierkegaard como deconstructores de la ciudadela hegeliana, y más actualmente dos filósofos en los que se respira todo el Pathos estético como son Wittgenstein y Adorno.